LUNA LLENA

Drrringg. El teléfono. Maldito sea. Victoria encendió la lámpara, consultó el despertador, las tres y cinco, se levantó con algo de dolor de cabeza, claro, había bebido a noche o esta noche mejor dicho, se acercó a la mesita, ¿quien será? ¿a estas horas? cogió el auricular, gruñendo diga y pensando calla, quedándose con la boca abierta, no pudo responder, buscó con la izquierda en un movimiento casi no controlado la silla, que tiene que estar por aquí pero donde, la encontró y poniéndola en posición adecuada se dejó caer sobre ella para  quedarse finalmente sentada. "Repítalo por favor" dijo con voz atónita.

Dos minutos más tarde y vestida ya, cerró de golpe seco la puerta del Siesta arrancándole a la vez. No había cabida para finuras, Victoria pisó el acelerador a fondo. Conducía como un robot, fría, automática, con movimientos lentos, demasiado seguros, rígidos los ojos, los labios cerrados formando una línea fina, recta, apenas visible, reposado el aliento. Tenía la impresión que fuese el coche parado y pasase el paisaje corriendo, cosa frecuente en los estudios de Hollywood, corriendo el paisaje iluminado por la luz falaz de la luna llena plateando unos árboles y sumergiendo otros en un mar de sombra azul, parda. A pesar de la imagen de concentración total que ofrecía Victoria nada más lejos que esto, pues su interior era un volcán en plena erupción, un accidente geográfico sacudido por un terremoto de intensidad 12 en la escala de Richter, un atolón padeciendo un ensayo nuclear francés, su cuerpo era el ojo del huracán, su mente el vendaval que movía todo, lo conjuntaba y lo dispersaba, lo subía y lo bajaba, lo echaba para dentro y para fuera, no había ley ni regla, pura energía desatada por una simple llamada telefónica comunicando que Lázaro había sido ingresado en el hospital comarcal a consecuencia de un accidente de tráfico. Sus pensamientos daban mil y una vuelta al mismo asunto, un torbellino encerado en si mismo, el alcohol, el coche, puedes conducir, el enfado, que no, que sí, me voy, loco, loca, porque, te llevo, ni pensar, ciego, borracha, pero que dices, la puerta cerrándose, el ruido del Kadet que se aleja, porque, y ahora ...

Era una hora menos en Canarias cuando Victoria entró en el hospital, no por la puerta grande sino por la de urgencias, por donde había pasado él, pensó ella, que habitación por favor,  accidente de coche, si ,familiar ... los trámites, no se fíen ni de ti, el ascensor fuera de servicio, por algo hay escaleras, subió a la planta indicada, frenó sus pasos, se retuvo, el 115, por que lado será, buscó con sus ojos el indicador en la oscuridad, por la izquierda, se acercó, la puerta estaba media abierta dejando paso a un rayo de luz débil que pintaba una raya, no se sabe si separadora o no, sobre las baldosas grises del corredor interminable. Encogida empezó a abrir suavemente más la puerta dirigiendo su mirada hacia la cama. (¡Lázaro! ahí yacía, aún no despierto del todo de la anestesia, un tubo entraba por la nariz, otros dos se perdieron debajo de la manta, el brazo derecho en yeso, la cabeza vendada, los ojos cerrados, la respiración lenta y dolorosa, interrumpida por ayes y hmes.

A Victoria se contrajo su corazón, su eterna acción de pensar se paró de golpe. Un vacío sepulcral la inundaba, los sentidos dejaban pasar todos los estímulos sensuales sin la selección habitual, todo era todo y nada era nada, ahí había algo sufriendo, algo que padecía, algo que aguantaba, algo querido, algo importante, algo que no se sabía si está dentro o fuera, si está en el corazón o en la mente. Ella ya no podía más. Con la mirada perdida en el abismo del tiempo deambulaba por el Comarcal en búsqueda de una salida, la halló, salió, subió al coche, se fue, no importaba a donde, si a casa o no, nada tenía importancia, todo era irreal, todo sucede porque tiene que suceder, no hay elección posible, nada todo, todo nada, dos más dos son cincuenta y cuatro ¿por qué no? y yo soy libre y no lo soy, vivir es aceptar la vida, la única condición que existe, y la vida es la muerte, la muerte da vida, el reciclaje cósmico ... De repente se percató de la curva, una curva cerrada. Se interpuso otra imagen, Lázaro en el hospital. Cambio. La curva, la cuneta. Como diapositivas. Inmóviles. Fijos. Intercambiándose. Lázaro, la curva, el hospital, la cuneta. Cada vez más rápido. Curva, Lázaro, cuneta, hospital, cunetacurva, hospitalázaro, lázarocurva, cunetáspital, hoslaneta, cuspítaro, lavanespicurotetal... Negro. Silencio.

Cuando Victoria abrió sus ojos vio en frente a Lázaro sentado en una silla de ruedas observándola con mirada profunda, perdida en el abismo de los tiempos. Ella cerró otra vez sus ojos, una sonrisita recorrió sus labios, todo nada, nada todo.