En vez de un prólogo:

DESVIO PROVISIONAL

El se llamaba Juan, tenía algo más de cuarenta años, era representante y soltero. No se diferenciaba mucho de los otros de su género. Quizás sólo en sus novias. No eran novias reales sino más bien ideales, algo como conceptos con los cuales compartía su vida. El primer lugar entre ellas pertenecía sin duda a la carre­tera. Con ella estaba más tiempo junto. Con ella era posible hablar sobre los temas filosóficos más profundos. Por esta razón no tenía Radiocasete en su BMW 501 i. La segunda era la cámara. Horas y horas se tiraba Juan por el campo en búsqueda de emocio­nes que sólo ella le podía ofrecer. Por su bienestar más vulgar mira­ba la tercera, la cocina, aconsejándole tal placer o previniéndole de tal vicio. La más nueva era "La Máquina" como Juan llamaba cariñosamente al ordenador. Era la más racional. Siempre le hizo pensar de la manera más pragmática y directa.

Todo siguió sus cauces hasta ese 25 de febrero. Era una noche gélida. Nevaba. Después de algunas cervezas en su tasca habitual se dirigió a la discoteca "Géminis" para tomar la penúltima. Casi bebida la copa, tropezó con Dolores. La conocía ya mucho tiempo. Vivía cerca de él, era una mujer atractiva, moderna, amante de la vida. Juan solía charlar un poco con ella cuando se encontraron por azar en un bar. En vista del mal tiempo propuso a Dolores llevarla a casa con su BMW. Aceptó. Dos copas más tarde y ya en el BMW sucedió algo muy extraño, algo que jamás antes había pasado a Juan. Cambiando de la tercera marcha a la cuarta rozó con su mano la de Dolores. No la retiró. Ella tampoco. Al contrario. Las dos manos se buscaban más, se encogieron, se apretaron. Pararon en frente de la casa de Dolores. Una mirada profunda. Un beso no menos profundo. Algunas palabras de despedida.

Por la mañana Juan se levantó con la resaca de costumbre. Iba a tomar su café y se percató de que esa resaca no era la normal. Su novia de turno, la cocina, opinaba lo mismo. "¡Piensa en otro causante del dolor, que no es la acidez estomacal" dijo ella. Escuchando la palabra "dolor" sintió un escalofrío, un mareo. ¡Dolor, Dolores! Nunca pensaba que un nombre podría ser tan ver­dadero, tan inimaginablemente real. Se inquietaba. ¿Qué pasó anoche? Intentaba recordar los hechos, los sentimientos, las vibraciones de hace algunas horas. Imposible. Faltaba siempre algún detalle. Se daba cuenta que buscaba un tiempo de su vida que tenía perdido, que ya no era posible recobrar. Se impuso la necesidad de hablar con la novia que conocía mejor su vida inte­rior, con la carretera. Cogió la llave, se sentó en su BMW, ar­rancó y tomó la salida hacia la Nacional 342. Fue una conversa­ción larga, 276 Km.. Durante estos se enteró de que todas sus novias existían solamente gracias a él. No tenían vida ni voluntad propia. Estaban ahí porque él lo quería. Pero Dolores no. Ella tenía vida propia, tomaba sus decisiones, estaba ahí porque ella lo quería. Podría convertirse en novia auténtica, de carne y hueso. Un abismo emocional se abrió delante de Juan. Paró el coche y cogió su cámara. Esta no solía hablar mucho. Se comuni­caba por vibraciones. Esta vez le indicó directamente que un remedio podría ser la sublimación artística. Contento regresó a casa para su última consulta. Fue el turno de la maquina. " Sub­limación es muy buena" le dijo ella," ¿Por qué no te buscas otra novia de las tuyas? la literatura por ejemplo. ¿No has querido siempre ser algo más que un representante? Haz de un desvío provisional un desvío profesional." Y así fue que se sentó delante del orde­nador y empezó a escribir.